viernes, 8 de noviembre de 2013

Juan B. Justo y Santa Fe

Te abandoné en la entrada de la estación Palermo del subte D.
Te dejé parado ahí sin mirar atrás.
Te dejé en medio de esas calles que tanto transitamos, Juan B. Justo y Santa Fe.
Tantas idas y venidas, tantos besos, tantos saludos de bienvenida y adioses,
para terminar en esto: un adiós infinito.
Y ahí te dejé con todo,
Con los bailes a la luz de la luna, las fondues quemadas, los desayunos en la cama, los hoteles baratos de Godoy Cruz, el brillo de los teatros, las colas de los museos, las librerías de calle Corrientes, los cafés con Cheesecake.
Te dejé con nuestros ruidos, con los viajes inconclusos, con los sueños compartidos, con los despertares entre besos, con todos los juegos.
Te dejé con los traumas, los miedos, los llantos, las frustraciones y los desencuentros.
Te dejé tu música, tus manos y tu mirada.
Te dejé mi corazón también, no me sirve más.
Y así me fui,
corriendo,
huyendo lo más rápido posible sin mirar hacia atrás,
sin buscar tu mirada que me seguía por la calle desde la puerta del subte.
En ese sábado de Octubre de luz intensa,
luz especial, naranja Buenos Aires.
Ahí te dejé, con un pedazo de mi alma,
y nunca más volví a esa esquina.
Siempre hago lo posible por evitarla. No podría soportar tanto dolor, tanto peso,
ya bastante me cuesta vivir sin respirar,
vivir sin calor,
vivir sin vos

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